El Cine alemán
Aunque este país contaba ya con una industria
cinematográfica considerable antes de la I Guerra Mundial, sus principales
producciones de esos años fueron una serie de películas fantásticas dirigidas
por Paul Wegener y sus socios.
Hacia 1926, la UFA (Universum Film
Aktiengesellschaft), la mayor compañía productora alemana, se encontró con
dificultades financieras debido al excesivo coste de películas como El último (1924, F . W. Murnau), Fausto (1926, F . W. Murnau) o Metrópolis (1927, Fritz Lang). Esta
quiebra financiera llevó a la UFA a fusionarse con las delegaciones alemanas de
la Paramount y la MGM; cuando las deudas aumentaron, el financiero Alfred
Hugenburg compró la compañía.
En la década de 1930, la producción permanecía en unas
130 películas anuales, pero con la llegada al poder del nacionalsocialismo en
1933, los judíos fueron expulsados de la industria. Las principales figuras de
la cinematografía alemana, que eran judías, dejaron el país; entre ellas estaba
la mayoría de los más prestigiosos directores. Se produjo el inevitable
declive, y quedaron sólo películas de entretenimiento, realizadas bajo el
control directo del ministro de propaganda, Joseph Goebbels, al que apasionaba
el cine tanto por su potencial propagandístico como por su valor artístico. Su
política general consistió en no interferir en los trabajos de los cineastas y
los actores, mientras no contraviniesen los principios nazis. El control se
ejercía principalmente a través del examen previo de los guiones antes de la
producción, pero también se empleaba la censura posterior, prohibiendo obras ya
terminadas o introduciendo modificaciones en ellas.
Un avance técnico importante durante esta etapa fue la
cinematografía en color desarrollada por la casa alemana Agfa. Este sistema, a
diferencia del Technicolor, incorporaba pigmentos sensibles al color en las
tres capas de la emulsión de un negativo simple, lo que constituye la base de
todos los sistemas actuales del cine en color. La película Agfacolor se fabricó
en formato 16 mm
reversible desde 1936, y en 35
mm como material de negativo para uso profesional desde
1939. Durante la guerra se produjo un reducido número de largometrajes en
Agfacolor, siendo la más destacable Las
aventuras del barón de Münchausen (1943), de Josef von Baky.
La producción cinematográfica descendió a unas 70
películas por año, pero la asistencia de espectadores al cine aumentó como en
otros países. La mayoría eran películas de entretenimiento y hubo alguna
superproducción que intentaba recordar al público el pasado militar glorioso de
Alemania bajo el reinado de Federico II el Grande, como Der Grosse König (El gran rey, 1942) y Kolberg (1944), ambas de Veit Harlan.
Tras la guerra, Alemania fue dividida en dos zonas,
ocupadas por los ejércitos aliados. La industria cinematográfica sufrió la
misma suerte: proliferó una serie de nuevas pequeñas productoras en la
República Federal de Alemania, y una sola compañía estatal, la DEFA, en la
República Democrática de Alemania, bajo control estatal. Aunque alguno de los
antiguos directores a los que se permitía trabajar intentaron hacer películas
interesantes, como Helmut Käutner, con Film ohne Titel (Una película sin título, 1947), Der Apfel ist ab! (¡La manzana ha caído!, 1949), el total
de la producción alemana, tanto oriental como occidental, tuvo escaso valor en
la década siguiente. El género más popular fue el Heimatfilme, una serie de
dramas y comedias ambientadas en el sur rural, con heroínas vistiendo trajes típicos
y música del folclore alemán. Hubo que esperar hasta finales de 1950 para
encontrar indicios de una nueva ambición artística entre los directores más
jóvenes, cuyo ejemplo más destacado fue El
escándalo Rosemarie (1958), de Rolf Thiele, que precedió a la nouvelle
vague francesa en el empleo del zoom, efectos brechtianos y cortes bruscos, al
mismo tiempo que mostraba en el argumento la relación del ‘milagro económico’
alemán con un escándalo vigente en aquel momento.
Pero las películas extranjeras, en especial las
estadounidenses, fueron apoderándose cada vez más del mercado. Un grupo de
jóvenes que pretendía llegar a hacer cine, y mostrar su propia visión de la
realidad al estilo de la nouvelle vague francesa, logró del gobierno de
Alemania Occidental el respaldo estatal para sus producciones artísticas. El
Kuratorium Junger Deutscher Film fue el organismo oficial para canalizar este
respaldo. Se creó en 1965, y ayudó a la producción de las películas Una
muchacha sin historia (1966), de Alexander Kluge, Signos de vida (1967), de Werner Herzog, El amor es más frío que la muerte (1969), de Rainer Werner
Fassbinder, o El joven Törless
(1966), de Volker Schlöndorff, entre otros. El estilo de estas películas era
deudor en gran medida de las producciones francesas de la nouvelle vague, con
saltos de eje, tiempos muertos, interrupciones musicales súbitas y entrevistas
con personajes reales incluidas en la película.
En 1994, se distribuyeron en Alemania 74 producciones
propias, que sólo obtuvieron el 10,4% de los ingresos de taquilla. No obstante,
el cine alemán actual tiene autores, como Doris Dörrie (Hombres, hombres, 1985; o Nadie
me quiere, 1994) de evidente interés y actualidad internacionales, aunque
su distribución está restringida a los circuitos minoritarios de cine en
versión original.
Encarta 2005.