El fin de la televisión
Creemos que hay, como mínimo dos razones que nos permiten explicar la
incredulidad que generan hoy estos anuncios. La primera es que esa proposición
cuestiona la percepción que la sociedad posee de lo que está aconteciendo,
porque está convencida de que la televisión ocupa aún un lugar dominante sobre
los demás medios, es decir que goza de muy buena salud. La segunda es que, por
consiguiente, le cuesta entender qué significa exactamente el fin de la
televisión.
Aunque no suele ser dicha en estas palabras, la proposición acerca del fin
de la televisión como medio es quizás
una de las más recurrentes y consistentes. Aclarémoslo: la noción de medio,
impuesta en el campo de la semiótica hace ya muchos años por Eliseo Verón,
implica la articulación de un soporte tecnológico más una práctica social.
Lo que este anuncio comprende es un conjunto de factores que, del lado del soporte, comienzan con el extraordinario
cambio tecnológico al que asistimos
prácticamente a diario, que está modificando la oferta y el acceso mediático a
los discursos televisivos.
Es un cambio que implica incluso una puesta en crisis de la noción de la
televisión como medio de masas.
Lo que se anuncia, entonces, es que la revolución tecnológica a la que
estamos asistiendo va camino a traer el fin del aparato televisor, que va a ser
reemplazado por la expectación en una nueva máquina, pantalla síntesis de la
oferta televisiva y de las posibilidades, incluso interactivas, que la
computación e internet han traído a nuestra experiencia cotidiana compartida.
Es un cambio que, se supone, pondrá en crisis a los canales tradicionales,
porque se podrá ver televisión a través de sitios específicos y que, como
abrirá definitivamente las puertas de la interactividad, empezará a poner
cierto fin a la era de emisión centralizada.
La televisión tiene dos dispositivos y lenguajes: el grabado y el directo o
live. El directo (llamado así porque
es el lenguaje de la toma directa), estuvo desde el origen y constituye el
núcleo de lo televisivo: es aquello que lo diferenció de su ilustre antecesor,
el cine. El grabado, es decir, la videograbación, aparecida a mediados de los
años cincuenta, enriqueció las posibilidades discursivas de la televisión, que
a partir de entonces tuvo, a diferencia del cine, dos lenguajes, pero no le
brindó una nueva especificidad: el directo es la extraordinaria novedad que en
el siglo XX instauró la televisión.
Si las predicciones son correctas podríamos decir que el grabado, cuya
esencia no es televisiva, va a perecer, se va a sumergir en el fin de la
televisión: este probable devenir es uno de los aspectos que provocan hoy los
anuncios sobre el fin de la televisión.
En cambio, algo distinto, podemos también predecir, va a suceder con el
directo, que surgió como lenguaje “audiovisual” en lo televisivo y que, al
menos en dos sentidos, va a resistir. Por un lado, va a seguir generando
discursos masivos (e incluso globales) a través de transmisiones de
acontecimientos y eventos, ya sea de la historia política, del deporte, del
espectáculo o de aquello que en un futuro la sociedad considere de valor. Por
otro, se mantendrá intacto como lenguaje, obligando al sujeto espectador, no
importa en qué pantalla lo vea (en un teléfono, en un LCD, etc.) a movilizar
los mismos saberes técnicos, discursivos
y sobre el mundo que obligó a poner en juego al primer sujeto espectador
televisivo para ser comprendido: podremos creer, entonces, que no estamos
viendo televisor, pero nos vamos a equivocar; en términos discursivos estaremos
asistiendo, una y otra vez, a su extraordinaria novedad.
Fragmentos de:
“¿Autopsia a la televisión?” Publicado en el catálogo de
las jornadas MEACVAD: Artes y medios
audiovisuales: un estado de situación II: Las prácticas mediáticas
pre-digitales y post-analógicas (Ed. Jorge La Ferla) MEACVAD 2008