El mundo en una caja
Este siglo
convertiría en vivencia cotidiana la visión a distancia, un sueño que muchas
generaciones de científicos habían anhelado.

Desde 1930, la radiodifusión de la Unión Soviética ,
Francia, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos se concentró en experimentos
para que la imagen acompañara a la transmisión del sonido. El invento alcanzó
su época de oro en la posguerra y ofreció una alternativa ante el deprimente
panorama de las ciudades desvastadas por la guerra, la amenaza de una conflagración
nuclear, la desolación espiritual y las penurias económicas de los individuos y
las familias. Si en 1945 el equipo de visión a distancia era un juguete caro
que se vendía poco y mal, en la década siguiente constituía ya una manera de
relacionarse con el mundo desde la comodidad del salón familiar.
Además de ser un entretenimiento como la radio y
el cine, el nuevo artefacto permitía a la gente presenciar muchos
acontecimientos públicos, desde las competiciones deportivas a miles de
kilómetros de distancia hasta una sesión de las Naciones Unidas. La experiencia
era, por lo regular, más satisfactoria que si se hubiera asistido al acto
multitudinario, pues las cámaras ofrecían primeros planos de los protagonistas.
Para algunos, el televisor paralizaba la
imaginación, por capturar la atención de la vista y el oído; era preferible la
radio porque propiciaba el ensueño y dejaba libre el mundo de la fantasía. Pero la
fascinación de ser testigo de una aventura submarina, o de sentirse
transportado al mundo épico del caballero Ivanhoe, subyugó a la mayoría. Muy pronto,
este aparato receptor de imágenes y sonido modificó las formas de interrelación
personal. Ser el feliz poseedor de un televisor, a principios de la década de
los cincuenta, convertía a la persona en un individuo envidiable. La reunión
social en una casa donde hubiera un televisor tomaba un giro diferente: el
aparato se convertía en el centro de atracción, y los invitados disfrutaban la
nueva experiencia de abrir una ventana al mundo exterior a través de la pequeña
pantalla.
Los críticos comenzaron a hablar de “la caja
boba”, cuyas imágenes no guardaban relación con la vida real. En las
telenovelas nadie lavaba nunca los platos ni perdía la compostura; las amas de
casa cocinaban y tendían las camas con tacones altos, aretes de perlas y faldas
impecablemente planchadas. Pero al público eso no le importaba. Al principio,
los televidentes sólo disfrutaban de 5 o 6 horas por la tarde y la noche, pero
en poco tiempo fue necesario aumentar las opciones de la programación.
Del mismo modo, así como los actores de cine y la
radio trabajaban para la televisión, pronto hubo que especializarse o invertir
el proceso: si se tenía éxito en la pantalla chica, la fama aguardaba en la
pantalla grande.
En 1955, la televisión ya funcionaba regularmente
en 34 países, se organizaba en otros 12 y se hallaba en proceso de
planificación en 19 más. Estados Unidos tenía gran ventaja sobre el resto del
mundo, ya que el 80% de los televisores del planeta se concentraban en su
territorio.
Fragmento extraído de Escenas
inolvidables del siglo XX, Reader’s Digest de México, 1998