El suspense en el cine
El nombre de Alfred Hitchcock en la publicidad de los filmes era suficiente para atraer multitudes a las salas cinematográficas, y su fama sobrepasaba la de los actores que aparecían en las películas.
El público observa a la pareja protagónica de la película internarse en un oscuro callejón. La música se vuelve inquietante y los espectadores se toman de la mano en busca de apoyo. La cámara sigue la mirada de los personajes y busca alrededor el peligro que presiente. Repentinamente salta de la sombra una horrenda figura, un remedo de hombre con aspecto de animal. Los espectadores gritan y la música subraya la sorpresa y el horror del momento.
El terror ha sido una constante en la cinematografía desde sus inicios, cuando aparecían en la pantallas seres fantásticos gracias a los trucajes en los que se especializó el mago del cine, Georges Méliès. Vampiros, momias vueltas a la vida y otros seres fantásticos aterrorizaban a los espectadores, aprovechando el deseo latente en el ser humano de enfrentarse a lo desconocido y a lo terrorífico que aparece hasta en los relatos infantiles. Basta revisar los cuentos clásicos para encontrar los más espeluznantes relatos de brujas y gigantes. Esta fascinación por lo desconocido, por lo incomprensible, ha sido explotada ampliamente por el cine; ; la galería de personajes terroríficos que han surgido en las pantallas aparenta no tener fin: el Golem de Wegener (1920), es espantoso Nosferatu, el vampiro de Murnau (1922), el Frankenstein de James Whale, interpretado por Boris Karloff (1931): la lista puede extenderse interminablemente.
Cuando la aparición de un monstruo dejó de producir el efecto deseado, el cine echó mano de un nuevo recurso: el terror que producía lo macabro y lo sangriento. El cine francés proporcionó un excelente ejemplo de esta nueva veta con Las diabólicas (Cluzot, 1954) en donde un supuesto cadáver se levantaba ante su asesina para aterrorizarla hasta matarla.
Posteriormente de encontró más efectivo producir en el espectador un temor diferido, que avanzara sobre él de manera paulatina: el suspense (palabra inglesa que expresa el estado de incertidumbre o de tensión que se produce en espera de algo que va a ocurrir pero tarda en llegar), utilizando el miedo psicológico para lograr que el espectador no aparte los ojos de la pantalla en espera de la acción o el desenlace que el cineasta tarda en revelar.
El británico Alfred Hitchcock está considerado como el gran maestro del suspense y del terror psicopatológico que es producido, no por el elemento sobrenatural, sino por lo que se oculta en lo más oscuro del alma humana. Su filme Psicosis (1960) presentó al propietario de un motel que escondía una personalidad psicopática capaz de los más horrendos crímenes. El asesinato en el baño es una de las escenas más logradas del género y se considera un ejemplo clásico de la irrupción de lo monstruoso en la vida cotidiana, por parte de un ser al que se creía normal.
Roman Polanski dio una vuelta más al tema con su filme Repulsión (1967), en el cual presentaba a una joven reprimida que, encerrada en su departamento, era capaz del asesinato. Polanski utilizó hábilmente elementos visuales y sonoros para pintar la opresión que acosaba a la protagonista, interpretada por Catherine Deneuve, y la descomposición que sufría su mente.
Pero el suspense no siempre fue llevado a una conclusión que culminara con un asesinato. Desde su primera versión de El hombre que sabía demasiado (1934), Hitchcock supo manejar la trama para producir en el espectador una tensión constante que lo confrontaba con misterios inquietantes, a veces inexplicables. Al incluir el mal dentro del área de la vida doméstica, dio otro giro a sus temas para explotar un nuevo temor, relacionados con los personajes que rodeaban la vida de los protagonistas (La sombra de una duda, 1943), o bien un pacto criminal como un extraño, que un joven aceptaba inadvertidamente, como en Pacto siniestro (Strangers on the train, 1951).
La habilidad de Hitchcock para manejar el suspense y mantener en vilo al espectador se hizo evidente en los cuatro filmes que presentó entre 1954 y 1960, que constituyen la cumbre de su arte. La ventana indiscreta (Rear Window, 1954) obligó a que los espectadores participaran del voyeurismo del protagonista, un fotógrafo que, inmovilizado por una pierna rota, se entretiene atisbando la vida de sus vecinos desde su habitación, y así descubre un asesinato. Vértigo, 1958, lo llevó a tocar sutilmente el escabroso tema de la necrofilia con una supuesta reencarnación del personaje femenino, del que se enamora un policía retirado cuyo miedo a las alturas es aprovechado por el asesino. En Intriga internacional (North by Norwest, 1959) logró la más perfecta exposición del género del thriller, el filme de aventuras de enorme carga emocional, llevando a Cary Grant a las más absurdas situaciones. En ninguno de sus otros filmes resultan tan evidentes como en éste las características de su cine, en donde existe una hábil dosificación de sexo, humor y suspense, con una temática recurrente: el inocente perseguido equivocadamente como culpable. Corona esta cumbre de su obra la ya citada Psicosis, cuya escena del asesinato es un ejemplo insuperable de edición cinematográfica.
Gozando de su extraordinario prestigio como el más importante director del género, hizo famosa en la misma época una serie de programas de televisión: Alfred Hitchcock presenta..., que fue seguida por los espectadores de muchos países entre 1955 y 1962.
Cierta confesó Hitchcock que tenía una superstición: para el éxito de sus filmes era necesario que él apareciera fugazmente en alguna escena, por que el público intentaba descubrir su figura, que podía surgir en cualquier momento de sus películas, como ocurre al inicio de Intriga internacional, cuando la puerta de una autobús se cierra súbitamente ante un pasajero que no logra subir a tiempo.
Nunca fue gratuito el eslogan que acompañaba la publicidad de sus filmes: “El maestro del suspense.”
Extraído de Escenas inolvidables del siglo XX, Reader’s Digest de México, 1998