Relato oral, relato escrito, relato fílmico
El cine tiene su propia problemática. Lo constatamos fácilmente en cuanto lo comparamos con otras formas narrativa. Tomemos al paciente que narra una parte de su infancia a su psicoanalista. Esta situación relativamente sencilla (en el plano narrativo, claro está), como toda forma de narración oral, se basa en un dispositivo elemental que sitúa dos personas frente a frente: una que narra (es, pues, el narrador) y otra que escucha, o al menos así hay que suponerlo, su relato (es el narratario).
Buena parte de los relatos que consumimos se nos remiten en otras formas distintas a las relativamente simples de este tipo de narración oral. ¿Por qué calificar de simples tales formas? Porque no suponen más que un solo narrador explícito y una sola actividad de comunicación narrativa, la que se efectúa, aquí y ahora, cuando los dos interlocutores están en presencia el uno del otro. En presencia, ése es uno de los aspectos esenciales del relato oral que se desarrolla entre un narrador y un narratario, presentes ambos, y que lo opone, particularmente, a ese relato escrito que es la novela.
A diferencia de la narración del relato escrito, la prestación del narrador oral es inmediata en el sentido de que interviene “enseguida”, “en el instante mismo”, pero también en el sentido de que es “sin intermediarios” (in-mediata). En efecto, por una parte, el relato escrito llega al lector en diferido, puesto que no se remite en el mismo momento de su “emisión”. Por otra parte, el lector toma conocimiento de ello gracias al intermediario de un libro o de un periódico, que es el resultado de un acto de escritura previa: es un media.
Diremos, pues, que la narración oral se hace in praesentia, mientras que la narración escrita, al igual que la narración fílmica, se hace in absentia.
Existen, en la historia de la humanidad, culturas en las que el relato oral precede claramente al relato escrito; por ejemplo, el período de la Grecia antigua, que, como Platón y Aristóteles, precisamente vio nacer los primeros interrogantes sobre el relato. En aquella época, prácticamente toda prestación narrativa suponía un dispositivo que ponía simultáneamente en presencia directa a narradores y auditores. Efectivamente, en la cultura de los antiguos, la actividad de la narración era, ante todo, el acto del aedo o del rapsoda que, con cierta semejanza a lo que haría el trovador en la Francia medieval, se sentía obligado a transmitir a la multitud, contándolas en voz alta, las obras, eventualmente narrativas, de los poetas.
Convendrá tener en cuenta estas diferencias entre los dispositivos narrativos para abordar esa ciencia del relato que es la narratología
Extraído de El relato cinematográfico. Cine y narratología, de André Gaudreault y François Jost, Ediciones Paidós Ibérica S.A., 1995
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