viernes, 16 de noviembre de 2012

Los inolvidables


Walt Disney, creador de un mundo mágico
 

El padre de Disneylandia y de los dibujos animados modernos nació con el nombre de Walter Elías Disney el 5 de diciembre de 1901 en Chicago, Illinois, en Estados Unidos. Su familia vivía en una granja de Missouri y, desde pequeño, Walt mostró un profundo interés por el dibujo; de hecho, ya a la edad de 7 años vendió sus primeros bocetos a los vecinos de sus padres.
Mientras realizaba los estudios de la preparatoria en Chicago, sus ocupaciones favoritas eran el dibujo y la fotografía, con las que colaboraba en el periódico de la escuela. Por las noches asistía a la Academia de las Bellas Artes.
Hacia el final de 1918, Walt intentó enrolarse en el ejército, pero no lo consiguió porque todavía era menor de edad. Sin embargo sí le fue posible incorporarse a la Cruz Roja, y viajó a Europa para trabajar como chofer de ambulancia durante un año. Al término de la guerra volvió a su país y se estableció en Kansas, donde comenzó su carrera de dibujante de anuncio publicitarios. Por ese tiempo perfeccionó una nueva técnica que combinaba escenas filmadas en vivo con caricaturas.
En 1923 Disney partió para Hollywood con un traje viejo y sólo 40 dólares en el bolsillo. Con la colaboración de su hermano Roy, puso un despacho de producción de dibujos animados. Pero fue recién en 1928 cuando Walt dio vida al célebre Ratón Mickey. Sin embargo, retrasó unos meses su presentación en público para incorporar el sonido —recientemente inventado— a su creación. Así, el 18 de noviembre de 1928, el Ratón Mickey hizo su debut en Steamboat Willie.
La influencia de Disney era tan grande que en 1930, el gobierno de Alemania prohibió la proyección de un filme del Ratón Mickey, pues argüían que los gatos que aparecían en él, y que llevaban cascos militares alemanes, ofendían la dignidad de la nación, por tratarse de los villanos de la historia.
Fue en la década de los años treinta que Walt Disney creó a todos los personajes que aún son los favoritos de los niños: el Pato Donald, Pluto, Tribilín, Daisy, Minnie, entre otros. El impulso creativo e innovador de Disney no conocía límites pues también introdujo el uso del color mientras realizaba su serie titulada Silly Symphonie. En 1933, como parte de esta serie, produjo Flores y árboles, primer filme en Technicolor que le valió su primer premio de la Academia de Ciencias y Artes de Hollywood. El día 21 de diciembre de 1937 lanzó Blanca Nieves y los siete enanitos, basado en el cuento de los hermanos Grimm. El filme estaba conformado por dos millones de dibujos y tenía una duración de 83 minutos. La producción costó alrededor de un millón y medio de dólares, y estuvo a punto de sumir en la bancarrota a la compañía Disney, pero fue un éxito taquillero desde su primera presentación y aún lo sigue siendo hoy en día; durante los primeros seis meses de proyección, Blanca Nieves ganó un total de dos millones de dólares. Dos años más tarde, en 1939, Walt Disney fue galardonado por esta película; la Academia le confirió un Oscar por su innovación en materia de dibujos animados, y 7 estatuillas en miniatura del Oscar, que representaban a los enanitos. La Asociación de Críticos de Cine de Nueva York le otorgó un premio extraordinario por este filme. Durante los siguientes 5 años, filmó otros clásicos para la pantalla grande, como Pinocho, Fantasía, Dumbo y Bambi.
Hacia 1940, Disney terminó de construir sus estudios de Burbank, California; en sólo 17 años su empresa se había vuelto enorme, pues contaba con más de 1.000 empleados entre dibujantes, animadores, escritores y técnicos.
En 1944 produjo la película musical The Three Caballeros; en ella combinaba filmaciones en vivo con caricaturas. En 1964, produjo Mary Poppins, película esterilizada por Julie Andrews que le valió la aclamación de la comunidad internacional. En total, los estudios de Disney han producido más de 100 largometrajes desde su fundación.
Uno de los objetivos principales de Disney era educar por medio del entretenimiento y los dibujos animados. Este interés desembocó en la serie Aventuras de la vida real. En películas como El desierto viviente y El león africano, entre otras, Disney retrató el fascinante mundo de los animales salvajes con la intención de mostrar la importancia de la conservación de la vida silvestre.     
Disney fue también pionero en el campo de la televisión. En la década de los años cincuenta El Club del Ratón Mickey era una de las series más populares. En 1961, produjo El mágico mundo del color.
En ese mismo año, Walt Disney se interesó profundamente por la formación de profesionales del arte, y fundó el Instituto de Artes de California, universidad que abarca diversas ramas artísticas. Walt dijo de ella: “Es lo principal que espero dejar cuando me mude a prados más verdes. Si puedo ayudar a proporcionar un lugar que desarrolle el talento del futuro, creo que habré  logrado algo.” Esta institución es producto de la fusión del Conservatorio de Los Ángeles y el Instituto de Arte Chouinard, y engloba un concepto nuevo de “comunidad de las artes” donde, además de la enseñanza de música y arte, se imparten clases de teatro, diseño, cinematografía, escultura, cerámica y diseño de modas.
En total, Disney obtuvo por su producción fílmica 26 premios de la Academia y siete Emmys. Los gobiernos de diversos países le otorgaron condecoraciones especiales, como la Orden del Águila Azteca, del gobierno de México, la Legión de Honor, del gobierno francés, y la Orden de la Cruz del Sur, del Brasil, entre otras. Asimismo varias universidades le confirieron títulos honorarios de Artes y Ciencias. A su muerte, su familia realizó sus exequias en una pequeña iglesia de Glendale, California.
En octubre de 1967 vio la luz pública el último filme en que Walt intervino personalmente: El libro de la selva, basado en la novela del escritor inglés Rudyard Kipling.  

Extraído de Escenas inolvidables del siglo XX, Reader’s Digest de México, 1998

viernes, 5 de octubre de 2012

Los planos cinematográficos


Los planos en el cine
Cámara en horizontal, cámara en ángulo, cámara en movimiento.

Cuando se filma con la cámara en horizontal:

Plano general (Long shot)

imagen bajada de camarasaccions.blogspot.com
Introduce al espectador en la situación, le ofrece una vista general y le informa acerca del lugar y de las condiciones en que se desarrolla la acción. Suele colocarse al comienzo de una secuencia narrativa. En un plano general se suelen incluir muchos elementos, por lo que su duración en pantalla deberá ser mayor que la de un primer plano para que el espectador pueda orientarse y hacerse cargo de la situación. Puede realizarse de varios modos, según su grado de generalidad.

Plano panorámico general:

Es una filmación que abarca muchos elementos muy lejanos. En él los personajes tendrán menos importancia que el paisaje. Por ejemplo, una cabaña en el bosque vista de lejos. Las personas se verán pequeñas.

Gran plano general:
Es una panorámica general con mayor acercamiento de objetos o personas. (Alrededor de 30 metros).

Plano general corto:
Abarca la figura humana entera con espacio por arriba y por abajo

Plano americano: Toma a las personas de la rodilla hacia arriba. Su línea inferior se encuentra por debajo de las rodillas.

Plano en profundidad: Cuando el director coloca a los actores entre sí sobre el eje óptico de la cámara dejando a unos en primer plano y a otros en plano general o plano americano. No se habla de dos planos, primer plano o segundo plano, como haríamos en lenguaje coloquial, pues hemos definido plano, por razones prácticas, como sinónimo de encuadre.

Plano medio (Medium shot)
Limita ópticamente la acción mediante un encuadre más reducido y dirige la atención del espectador hacia el objeto. Los elementos se diferencian mejor y los grupos de personas se hacen reconocibles y pueden llegar a llenar la pantalla.

Plano medio largo: encuadre que abarca a la figura humana hasta debajo de la cintura.

Plano medio corto (Medium close shot): encuadre de una figura humana cuya línea inferior se encuentra a la altura de las axilas. Es mucho más subjetivo y directo que los anteriores. Los personajes pueden llegar a ocupar la pantalla con un tercio de su cuerpo, y permite una identificación emocional del espectador con los actores. Mediante este encuadre es posible deslizar también muchos otros elementos significativos.

Primer plano (Close up): encuadre de una figura humana por debajo de la clavícula. El rostro del actor llena la pantalla. Tiene la facultad de introducirnos en la psicología del personaje. Con este encuadre se llega a uno de los extremos del lenguaje visual: los objetos crecen hasta alcanzar proporciones desmesuradas y se muestran los detalles (ojos, boca, etc.).

Semiprimer plano (Semi close up shot): Concentra la atención del espectador en un elemento muy concreto, de forma que sea imposible que lo pase por alto. Si se refiere al cuerpo humano, este tipo de encuadre nos mostrará una cabeza llenando completamente el formato de la imagen. Desde el punto de vista narrativo nos puede transmitir información sobre los sentimientos, analiza psicológicamente las situaciones y describe con detenimiento a los personajes.

Gran primer plano: cuando la cabeza llena el encuadre.

Plano corto: encuadre de una persona desde encima de las cejas hasta la mitad de la barbilla.

lano detalle: Primerísimos planos de objetos o sujetos, flores, una nariz, un ojo, un anillo, etc.

Plano sobre el hombro:
Cuando se toma a dos personas en diálogo, una de espaldas (desde el cogote), y otra de frente que abarca dos tercios de la pantalla.

Plano secuencia:
Es una forma de filmar, en el que en una toma única se hacen todos los cambios y movimientos de cámara necesarios. El director no rompe el plano y nos va mostrando poco a poco toda una serie de hechos. No suelen hacerse muy largos por la dificultad de rodaje que entrañan. No obstante, hay planos secuencia memorables por su calidad, longitud y anécdotas de rodaje, como el comienzo de Sed de mal (Touch of evil 1958), de Orson Welles, o el de Matin Scorsese en Uno de los nuestros. Aunque el más famoso es el caso del film La soga de Hitchcock que posee un único plano, aunque falso, pues para realizarlo debía hacer los cambios de rollo aprovechando puntos oscuros, como la espalda de un actor, una columna, etc. No obstante, toda la acción acontece en un mismo espacio temporal, el más largo que existe en el cine.

Plano subjetivo o punto de vista:
Cuando la cámara sustituye la mirada de un personaje.


Cuando se filma con la cámara en ángulo

Según el ángulo en el que se coloca la cámara en relación al objeto.

Plano en Picado:
Cuando la cámara está sobre el objeto, en un cierto ángulo. El objeto está visto desde arriba. Suele emplearse a veces para destacar aspectos psicológicos, de poder, etc.

Plano en contrapicado:
Al contrario que el anterior, la cámara se coloca bajo el objeto, destacando este por su altura.

Plano aéreo o «a vista de pájaro».
Cuando la cámara filma desde bastante altura: montaña, avión, helicóptero, etc.

Plano frontal:
Cuando la cámara está en el mismo plano que el objeto.

Plano cenital:
Cuando la cámara se encuentra en la vertical respecto del suelo y la imagen obtenida ofrece un campo de visión orientado de arriba a abajo.
La cámara se puede colocar de muchas formas, invertida (salen los objetos al revés), a ras del suelo (vista de oruga: pies de personas, ruedas de coches, etc.)

Cuando se filma con la cámara en movimiento

El cine no toma sólo imágenes. Filma sobre todo, movimientos. La gran fuerza expresiva del film está precisamente en su multiplicidad dinámica, en los numerosos tipos de movimientos que son posibles en él:

Movimientos en la misma cámara
Capaces de reproducir con exactitud el movimiento de los sujetos filmados: el paso rítmico del film detrás del objetivo y del obturador. En los aparatos primitivos, el arrastre del film se hacía manualmente. Era muy complicado pero los operadores de cámara se convirtieron en verdaderos artesanos que lograban en cada momento el ritmo y la cadencia adecuada a la escena filmada. Podían exagerar en escenas cómicas o ralentizar en las dramáticas. Nacieron así dos tipos de movimiento: cámara lenta y cámara acelerada. El «cámara lenta» se logra acelerando la velocidad de filmación y ralentizando la de proyección. El «acelerado» se realiza a la inversa. Muchos de los efectos especiales de hoy día están realizados con estos criterios a los que se han aplicado las nuevas tecnologías. El efecto “celuloide rancio”, de la velocidad de las películas antiguas se debe a que se filmaron a una velocidad muy lenta y se proyectan con motor a una velocidad constante, más alta.

 Movimientos de la cámara sobre sí misma
Otro recurso del lenguaje cinematográfico es el movimiento de la cámara sobre sí misma. Cuando la cámara se mueve para perseguir objetos o figuras. La cámara gira sobre una plataforma esférica. Se logran así las panorámicas horizontales, verticales y diagonales. Se busca así a los actores, se siguen sus movimientos, con el fin de incrementar los espacios y las formas de ver la realidad. Gracias a estos movimientos se hizo posible el ‘plano secuencia’, visto más arriba.

Movimientos externos a la cámara
Cuando es la misma cámara la que se desplaza. El movimiento externo de la cámara se puede conseguir de muy diversos modos: mediante el travelling, con la grúa o montando la cámara en un helicóptero. Así como las panorámicas se mueven sobre el eje de la máquina, los travellings se hicieron colocando la cámara en un carrito que se desplazaba sobre unos rieles. Vino luego la transformación de la óptica variable, que permitió lo que se ha llamado travelling óptico (zoom). Hoy, la liviandad de las cámaras y la facilidad de su manejo permiten que el operador, a pie y cámara en mano, siga al sujeto, lográndose efectos de un verismo sorprendente. La grúa tiene la capacidad y versatilidad de realizar tomas verticales, desde la altura y a nivel del suelo, y vistas aéreas. El helicóptero, por su facilidad de movimiento en el aire sirve para recrear ambientes que de otra forma serían imposibles: filmar grandes multitudes, espacios inmensos, batallas, etc.

viernes, 31 de agosto de 2012

Cine y relato


El relato en el cine

En tanto que objeto material, todo relato está “clausurado”. Evidentemente, hay películas que sugieren prolongaciones: las series televisivas o las grandes producciones americanas, como La guerra de las galaxias (Star Wars, George Lucas, 1977) o Rocky (Rocky, John G. Avildsen, 1976) tienen muy presente no responder a todas las preguntas que se hacen los espectadores, reservando zonas de incertidumbre sobre las cuales podrán identificarse nuevas historias. Otras películas nos devuelven a su punto de partida y nos proyectan a una espiral sin fin. Por ejemplo, L’Immortelle (Alain Robbe-Grillet, 1963), cuya última imagen es pura y simplemente una repetición de la primera. Que el final sea en forma de suspense o cíclico no altera en absoluto la naturaleza del relato en tanto que objeto: todo libro tiene una misma página, toda película tiene un último plano, y los héroes pueden seguir vivos en la imaginación del espectador.

Cuando una película se propone explícitamente narrar algunas horas extraídas de la vida de un hombre, la organización de esta duración obedece a un orden, que supone al menos un punto de partida y un final, y que difícilmente abarca la organización de nuestra vida real.

Al fin de cuentas, si el relato se opone al “mundo real” es porque forma un todo (“lo que tiene un principio, una mitad y un final”, según Aristóteles), que coincide con el texto fílmico concebido como una “unidad de discurso” actualizada, efectiva.

Todo relato pone en juego dos temporalidades: por una parte, la de la cosa narrada; por otra parte, la que deriva del acto narrativo en sí. Dentro de esta perspectiva, el relato se distingue de la descripción (que transforma el espacio en un tiempo), así como de la imagen (que transforma un espacio en otro espacio).

El relato en el sentido amplio, como texto, pueden contener enclaves, descripciones, que no son “narraciones”, puesto que no satisfacen el criterio de doble temporalidad. Este estatuto tan particular de las descripciones se explica por el hecho de que, a la vez, toman tiempo al relato (su significante está temporalizado) y, no obstante sólo son válidas para el espacio. En el relato hay, pues, narración y descripción.

Esta temporalización del significante, que reúne narración y descripción en una categoría común, las opone a la imagen, que es instantánea, un punctum temporis que ha sido inmovilizado.

A partir del momento en que trato con un relato sé que no es la realidad. Evidentemente, existen novelas o películas extraídas de historias verdaderas, pero el espectador no las confunde jamás con la realidad, porque no están, como ella, aquí y ahora.

La idea de servirse de la película primordialmente, y ante todo, para contar historias nació al mismo tiempo que el cinematógrafo. Ciertos inventores del cine tenían al parecer, conciencia del proyecto, como lo demuestra la lectura de ciertas patentes depositadas de la época. Pero al principio, el argumento narrativo era sumamente sencillo. Hasta más o menos 1900, la mayor parte de las películas sólo duraban uno o dos minutos y, generalmente, no comportaban más que un solo plano, una sola unidad espaciotemporal, eran unipuntuales. Los “largometrajes” de diez minutos eran la excepción. Antes de 1900, eran excepcionales los casos en que se percibía esa “unipuntualidad” como una limitación (aunque, ciertamente, se pudieron dar algunos casos) y se persiguiera el desarrollo de un relato en varios planos. Manifiestamente, esta unidad de tomas bastaba para servir a la causa de los cineastas anteriores a 1902.

En cierta medida, las películas producidas en esa época conservaban la famosa regla de las tres unidades ―de lugar, tiempo y acción― que antaño había conocido el teatro clásico. De este modo, las diversas anécdotas filmadas presentaban una acción que no presuponía más que un solo cuadro locativo (es decir, un solo lugar) y un solo segmento temporal. En términos de producción cinematográfica, una “situación narrativa” tal se traducía en una simplicidad extrema, sobre todo cuando la comparamos con lo que requiere la menos compleja de las películas comerciales de hoy en día. Una película como L’Arroseur arrosé (Lumière, 1895), por ejemplo, no requiere más que una sola “localización de rodaje” (lo que en inglés se denomina locations) y una sola toma; o sea, l rodaje de una acción relativamente sencilla y unitaria presentada mediante un solo plano.

Recordemos el argumento narrativo de la película de los hermanos Lumière. Un joven pisa deliberadamente la manguera de la que se está sirviendo un jardinero. Éste, extrañado por el corte del suministro, examina la punta de la manguera. En ese momento, el joven bribón quita su pie y el regador acaba… regado. El jardinero reacciona pronto e inicia la persecución del gracioso, al que alcanza para darle unos azotes.

Un solo plano y una triple unidad, de lugar, tiempo y acción. Podemos imaginar la distancia que separa semejante cinta, rodada a finales del siglo pasado, de una película corriente realizada en la actualidad, que muchas veces supone el rodaje de varios centenares de planos y decenas de acciones diferentes, que se desarrollan sobre varios momentos distintos y, muchas veces, en diversos lugares.



Fragmentos de:
André Gaudreault, François Jost, El relato cinematográfico, Ediciones Pirós Ibérica, 1995

viernes, 27 de julio de 2012

Mario Carlón


EL MUERTO, EL FANTASMA Y EL QUE "ESTÁ VIVO" EN LOS LENGUAJES CONTEMPORÁNEOS



Es sabido que los grandes lenguajes y dispositivos contemporáneos - fotografía, cine, televisión- establecieron fuertes cambios en la vida social a partir de los saltos espaciales y temporales que habilitaron (pudimos ver los Juegos Olímpicos en directo que se juegan en Australia; podemos chatear o hablar por teléfono con un amigo lejano; ver imágenes de acontecimientos sucedidos antes de que naciéramos, etc.). Pero tengo el convencimiento de que tal vez hay algo más; de que quizás no sea exagerado decir que vinieron a cambiar también, y a la vez, nuestra relación con la vida y con la muerte. Al iniciar este trabajo pensé que si esta hipótesis es cierta debería ser posible encontrar testimonios escritos de tan importantes experiencias. Los presento - sin dejar pasar la oportunidad de formular algunas proposiciones- atendiendo a cómo concibo el funcionamiento de cada dispositivo - fotografía, grabado y toma directa- de acuerdo a la novedad que cada uno, a mi juicio, vino a traer a nuestra experiencia compartida como sociedad. 

 1. La Fotografía y la muerte.     

Todos los autores que avanzaron en el estudio de la especificidad de las imágenes generadas por el dispositivo fotográfico escribieron sobre la muerte. La muerte fue el tema que gobernó la reflexión sobre instancias tan distintas como: a) la experiencia ser fotografiado y el acto de fotografiar; b) el estatuto de lo fotografiado; y c) el proceso de duelo ante la ausencia de un ser querido.

1.1.  La "medusación fotográfica".

Roland Barthes (1990: 46-48), en ese gran libro sobre la muerte que es La cámara lúcida, escribió sobre la experiencia de ser fotografiado:

"Imaginariamente, la Fotografía (aquella que está en mi intención) representa ese momento tan sutil en que, a decir, verdad, no soy no sujeto ni objeto, sino más bien un sujeto que se siente devenir objeto: vivo entonces una microexperiencia de la muerte (del paréntesis): me convierto verdaderamente en espectro. El fotógrafo lo sabe perfectamente, y él mismo tiene miedo (aunque sólo sea por razones comerciales) de esta muerte en la cual su gesto va a embalsamarme. Nada sería más gracioso (si uno no fuese la víctima pasiva, el plastrón, como decía Sade) que las contorsiones de los fotógrafos para 'hacer vivo': pobres ideas: me hacen sentar ante mis pinceles, me hacen salir ('fuera' es más viviente que 'dentro'), me hacen posar ante una escalera porque hay un grupo de niños que juega detrás de mí, divisan un banco y enseguida (vaya ganga) me hacen sentar en él. Diríase que, aterrado, el Fotógrafo debe luchar tremendamente para que la Fotografía no sea la Muerte. Pero yo, objeto ya, no lucho. Presiento que de esta pesadilla habré de ser despertado más duramente aún: pues no sé lo que la sociedad hace de mi foto, lo que lee en ella (de todos modos, hay tantas lecturas de un mismo rostro); pero, cuando me descubro en el producto de esta operación, lo que veo es que me he convertido en Todo-Imagen, es decir, en la Muerte en persona; los otros ―el Otro― me despropian de mí mismo, hacen de mí, ferozmente, un objeto, me tienen a su merced, a su disposición, clasificado en un fichero, preparado para todos los sutiles trucajes: un excelente fotógrafo, un día, me fotografió; creí leer en esa imagen la pesadumbre de un reciente duelo: por una vez la Fotografía me reproducía a mí mismo; pero más tarde encontré esta misma foto en la tapa de un libelo; mediante el artificio de un tiraje, yo tenía sólo un horrible rostro desinteriorizado, siniestro e ingrato como la imagen que los autores del libro querían dar de mi lenguaje. (La 'vida privada' no es más que esa zona del espacio, del tiempo, en la que no soy una imagen, un objeto. Es mi derecho político a ser un sujeto lo que he de defender).
En el fondo, a lo que tiendo con la foto que toman de mí (la 'intención' con que la miro), es a la Muerte: la Muerte es el eidos de esa Foto."

"El acto fotográfico implica pues no sólo un gesto de corte en la continuidad de lo real sino también la idea de un paso, de un salto irreductible. El acto fotográfico, al cortar, hace pasar al otro lado (del corte): de un tiempo evolutivo a un tiempo fijado, del instante a la perpetuación, del movimiento a la inmovilidad, del mundo de los vivos al mundo de los muertos, de la luz a las tinieblas, de la carne a la piedra. Y esta travesía no se hace, ciertamente, sin temor y sin angustia. Se trata, incluso del terror absoluto. La foto congela de horror. Encontramos una vez más la figura de la Medusa...(...)...Pero al mismo tiempo (y así es como produce su efecto el acto de la 'medusación'), todo ser viviente que entra en el campo ciego, vulnerable bajo la mirada insoportable y mortífera, este ser vivo no puede sino, exactamente, pasar por ello, es decir, ser él mismo, de un solo golpe (de ojo) y para siempre, transformado, a imagen de la Medusa, en lo que son los muertos, fijado, transido, convertido en estatua por haber sido visto, por haberse visto a sí mismo como otro. La 'medusación fotográfica' no es otra cosa que ese paso, infernal y especular".

1.2. El muerto eterno.

Es sobre el estatuto de lo fotografiado que ha sido convocada la figura de El Muerto. En "Fotografía y fetiche", citando a Dubois, Metz (1984), dice:

"Aun cuando la persona fotografiada viva todavía, aquel momento en que él o ella era se ha desvanecido para siempre. Estrictamente hablando, la persona que ha sido fotografiada ―no la persona total, que es un efecto del tiempo― está muerta: muerta por haber sido vista, como dice Dubois, en otro contexto".

Pero entre el muerto real y El Muerto Fotográfico hay una gran diferencia: si el muerto real está destinado, físicamente, a desaparecer (o a mutar) el muerto fotográfico accede, en el mismo instante en que es fotografiado, a la perpetuidad. Como observa también Dubois:

"Es necesario comprender también que en ese paso no sólo hay una pérdida. Este paso también debe entenderse en un sentido positivo, como en la momificación, la congelación o la vitrificación, donde finalmente habrá una forma de supervivencia, por el corte y en la fijación de las apariencias (una vez cortada, la cabeza de la medusa no deja de ejercer su poder estupefaciente, hasta en sus representaciones simbólicas. Y es precisamente el hecho de ser decapitada en el acto mismo de la 'medusación' lo que asegura a la cabeza de la Gorgona la perpetuación activa de su poder apotropeico).  Y precisamente de esto se trata en toda fotografía: cortar en lo vivo para perpetuar lo muerto. De un golpe de bisturí, decapitar el tiempo, seleccionar el instante y embalsamarlo bajo (sobre) vendas de película transparente, de plano y a la vista, a fin de conservarlo y preservarlo de su propia pérdida. Robarlo para poder guardarlo, y poder mostrarlo para siempre. Arrancarlo a la fuga ininterrumpida que lo hubiera conducido a la disolución para petrificarlo de una vez por todas en sus apariencias detenidas. Y así, en cierto modo ―y éste es el problema paradójico― salvarlo de la desaparición haciéndolo desaparecer. Como esos animales de tiempos inmemoriales que hoy podemos conocer porque estuvieron fosilizados. Como esos insectos congelados en el ámbar y que fueron cogidos en vivo y transformados literalmente en 'naturalezas muertas'. Como esos cortes para el microscopio, bajo el vidrio, habiendo cesado toda vida, cortados, pero ofrecidos a nuestra mirada atenta".

1.3. El duelo.

Pero no sólo así la fotografía se vincula con la muerte. También Metz, comentando el trabajo de Freud sobre el fetichismo ―en una cita que nos introduce con lo que sucede con las imágenes producidas mecánicamente grabadas, múltiples y móviles― observó que:

“Los ritos funerarios que existen en todas las culturas conocidas poseen una doble significación, dialécticamente articulada: una recordación de los muertos, pero una recordación en tanto que ellos están muertos, y que la vida continúa para otros. La fotografía mucho mejor que el film se adecua a esta compleja operación psico-social, en tanto que suprime desde su propia apariencia las marcas primarias del ‘estar vivo’, y sin embargo conserva la convincente impresión del objeto: una presencia pasada".

Es decir: la experiencia y el acto de ser fotografiado (la medusación); el estatuto de lo fotografiado (el Muerto eterno) y el lugar de la fotografía en el proceso de duelo ante la ausencia de un ser querido. Parece que la fotografía y la muerte, de un modo u otro ―o de un lado y del otro― vienen juntas.

2.       El Fantasma (o el espectro).  

Si los que escribieron sobre la fotografía escribieron sobre la muerte, desde el origen, los que escribieron sobre las imágenes audiovisuales (imágenes múltiples, móviles y en movimiento) lo hicieron sobre la superación de la muerte. En El tragaluz del infinito Noël Burch (1995: 38-39) transcribe una de las primeras crónicas redactadas a partir de las primeras proyecciones de los hermanos Lumiere:

"Cuando estos aparatos sean entregados al público, cuando todos puedan fotografiar a los seres que les son queridos, no ya en su forma inmóvil, sino en su movimiento, en su acción, en sus gestos familiares, con la palabra a punto de salir de sus labios, la muerte dejará ser absoluta" (29 de setiembre de 1895, La poste)

Encontramos así el eco de lo señalado por Metz: la presencia de las marcas del ser vivo, en la actualización de lo ya acontecido que, gracias a que contiene imágenes móviles y múltiples en movimiento, ofrece el cine (y la imagen videográfica mientras sea emitida en grabado y no en directo) se presentan como una superación - aunque sea parcial- de la muerte. Esta reflexión ha presentado continuaciones. En Ecografías de la televisión, Derrida (1998: 147-149) convoca la figura de El Fantasma a través de un recuerdo personal:

"... me gustaría más bien contar lo que pasó con esa película Ghost Dance. Tras haber inventado esa escena con Pascale Ogier, que estaba frente a mí, en mi escritorio, y me había enseñado durante los intervalos entre las tomas lo que en términos cinematográficos se llama eye-line, es decir, el hecho de mirarse a los ojos (a pedido del director, pasamos largos minutos, si no horas, mirándonos a los ojos, lo cual es una experiencia de una extraña e irreal intensidad: imagine cómo puede ser esta experiencia del eye-line cuando, aunque ficticia y 'profesional', se prolonga y repite apasionadamente entre dos actores), luego de que me enseñó eso, decía, y de que yo hubiera dicho en términos generales lo que usted repitió, tenía que preguntarle: 'Bueno, y en su caso, ¿cree usted en los fantasmas? 'Fue lo único que me indicó el director. Al final de mi improvisación debía decirle: 'Bueno, y en su caso, ¿cree usted en los fantasmas?'. Y tras repetirla una y otra vez al menos en treinta oportunidades, a pedido del director, él le dijo esta frasecita: "Sí, ahora sí". De modo que ya durante las tomas la repitió por lo menos treinta veces. De por sí eso fue ya un poco extraño, espectral, desfasado, fuera de sí, en una sola vez sucedía varias veces. Pero imagínese cuál pudo ser mi experiencia cuando, dos o tres años después, con la muerte de Pascale Ogier en el medio, volví a ver la película en Estados Unidos a pedido de unos estudiantes que querían hablar de ella conmigo. De improviso vi aparecer en la pantalla el rostro de Pascale Ogier que, como yo sabía, era el rostro de una muerta. Mientras me miraba casi directamente a los ojos, volvía a decirme, en la pantalla grande: "Sí, ahora sí" ¿Qué ahora? Algunos años después en Texas. Llegué a tener la sensación perturbadora del retorno de su espectro, el espectro de su espectro que volvía a decirme, aquí y ahora: 'Ahora... ahora... ahora, es decir, en esta sala oscura de otro continente, en otro mundo, allí, ahora sí, créame, creo en los fantasmas'. Pero al mismo tiempo sé que la primera vez que Pascale lo dijo, cuando lo repitió en mi escritorio, esa espectralidad ya estaba, ya estaba en acción. Ella ya estaba y ya decía eso, y sabía, como nosotros sabemos, que aún si no moría en el ínterin, algún día sería una muerta que diría: 'Estoy muerta' o 'Estoy muerta, sé que hablo desde donde no estoy, y te miro', y esa mirada seguiría siendo disimétrica, intercambiada más allá de todo intercambio posible, eye-line sin eye-line, eye line de una mirada que se fija y busca al otro, su otro, la persona frente a sí, la otra mirada cruzada, en una noche infinita".

Me parece que podemos atender aquí, en primer lugar, a la semejanza: como en lo escrito sobre la fotografía encontramos que el conocimiento sobre el dispositivo, por parte de quien va a ser captado, hace que el estatuto en que va a ser convertido, se presienta: el que va a ser fotografiado sabe que va a ser transformado en El Muerto; el que va a ser filmado o videograbado sabe que se va a convertir en un Fantasma. En segundo lugar, vale la pena destacar que es esta diferencia de estatuto (la que va de El Muerto a El Fantasma) la que sitúa a los discursos generados por estos dispositivos en disímiles lugares frente al proceso del duelo: el grabado introdujo una experiencia que, de entrada, se encuentra entre la vida y la muerte; la muerte no es absoluta, pero tampoco es vida plena. Así, como dice Metz, la experiencia del duelo no se ve favorecida (porque recordamos al ser querido con los rasgos del estar vivo, no muerto).

3.       El que "está vivo".    

La toma directa nos enfrenta, parafraseando a Barthes, a misma "la intratable realidad" a la que nos enfrenta la fotografía, pero su estatuto es totalmente distinto. Si el acto fotográfico a la vez que corta, congela, y hace pasar "del mundo de los vivos al mundo de los muertos, de la luz a las tinieblas, de la carne a la piedra"; y el grabado nos contacta con un mundo de sombras habitado por fantasmas (muertos que hablan desde donde ya no están o que se desplazan con las marcas del "estar vivo" e incluso, a veces, nos interpelan) que en cualquier momento, por otra parte, podemos visitar y habitar; el directo mediático nos enfrenta a la previsibilidad e imprevisibilidad de la vida, de los que están vivos y de lo real, y a otra concepción, totalmente distinta, de nuestra experiencia, porque nos involucra en forma plena.

Por un lado, recordémoslo, el directo es una experiencia milenaria asimilable a la vida y a la vigilia (no a la muerte, no al mundo de las sombras): por su eje temporal está presente en los contactos que establecemos en nuestra vida perceptiva con los que están vivos (hombres, animales); o con los que vivenciamos cada vez que asistimos a un espectáculo donde acontece, ya sea artístico (desde el teatro griego al happening) o deportivo (desde las carreras de carros romanas a las de Fórmula 1), etc. Es una experiencia que, como sociedad, conocemos desde el inicio de los tiempos. En su forma mediatizada también la conocemos desde hace siglos, por ejemplo, a través del tam-tam. Pero, por otro lado, desde que se institucionalizó en la vida social en el último siglo y medio - primero a través del teléfono, luego la radio y finalmente de la televisión- se ha constituido a su vez como una experiencia nueva, que adquiere, en cada mediatización, caracteres singulares. Por ejemplo, el teléfono vino a establecer, frente al intercambio epistolar, un nuevo capítulo en las relaciones interindividuales. Hablar por teléfono implica poner la voz, poner el cuerpo y abrirse a una conversación por definición fuera de control; es decir, entregarse a la imprevisibilidad de la vida.

La radio nos permitió seguir simultáneamente el curso de acontecimientos públicos a grandes audiencias. Desde que existe la televisación cotidiana de determinados acontecimientos en directo a audiencias mundiales tenemos también otra experiencia compartida, pero no está ligada a la escritura, ni a las técnicas del grabado (desde las que nos interpelan relatores que ya saben que sucedió, dando a los acontecimientos el espesor de los hechos históricos, sucedidos). Hoy podemos seguir, con la consciencia de que somos un número de audiencias que frecuentemente se cuentan en miles de millones de espectadores, eventos deportivos que acontecen a miles de kilómetros de distancia (una carrera de Fórmula Uno, una pelea, la final de tenis de un Grand Slam o de la copa UEFA, etc.). Gracias a la toma directa podíamos hacerlo en simultáneo desde la emergencia de la radio, pero desde que la televisión se impuso accedemos, además, en cuanto a la construcción de su visibilidad, a una construcción supraindividual homogénea (mayor que la de cualquier espectador individual en el lugar, incluso de los relatores). Y nos constituimos, frente a toda experiencia en grabado, en testigos. No nos involucramos como en la conversación telefónica, que depende de nuestra intervención corporal para acontecer, pero somos testigos en un sentido pleno, como si lo estuviéramos viendo donde acontece. No hay, en este nivel, distanciamiento: es muy distinto de lo que sucede en grabado, en el que otro testigo - aunque más no sea la cámara- nos muestra lo que ya vio.

4. Discusión.

Los dispositivos vinieron a cambiar nuestra relación con la vida y con la muerte. Desde que existe la fotografía tenemos la posibilidad de convertimos en muertos momentáneos y, por el mismo acto, perdurar mientras que la imagen ―ahora digitalizable― no se destruya. Merced al grabado desde hace ya algo más de un siglo es posible vivenciar un estado que se encuentra entre la vida y la muerte (parafraseando a Barthes, una microexperiencia de la muerte; algo que sólo habían habilitado, para unos pocos, la pintura y la escritura - pero sin registrar el movimiento y sin motivación indicial). Basta con ser filmado, o grabado, o con dejar un mensaje en un contestador para superar la muerte y acceder así, como fantasmas, a una posteridad que puede ser fugaz o casi eterna. Así como basta con levantar el teléfono para estar presentes de inmediato muy lejos, o con ver a Pete Sampras ganar por séptima vez Wimbledon (su decimotercer Grand Slam) para ser testigos de un momento importante de la historia del deporte contemporáneo (cuando un jugador se convierte en el que más Grand Slam ha ganado).

Como todos sabemos estas experiencias no son excepcionales, sino que se han extendido desde entonces sin cesar en la vida cotidiana. En realidad, podemos decir que vivimos rodeados de muertos, de fantasmas, de "vivos" mediáticos, de testigos lejanos, y que, cotidianamente, nos convertimos en todos ellos (a veces a lo largo de un día). Que hemos aprendido a interactuar de forma sutil en nuestra vida íntima y privada con tan distintas transformaciones de nuestro cuerpo así como con tan distintos estados. Cuánto incidieron estas experiencias, que diferencian nuestro contacto con la vida y la muerte, de las que tuvieron todas las generaciones pasadas, es algo tan difícil de definir como de dimensionar. Pero no me quedan dudas que es un proceso que no sólo, como suele decirse, ha llegado para quedarse; sino que apenas se ha iniciado, que día a día parece potenciarse cada vez más; y que introduce cambios cotidianamente, casi imperceptiblemente, en nuestra relación con la vida y con la muerte; cambios que, según parece - basta con ver que buena parte de la bibliografía citada es de la década del '80- apenas hemos comenzado a conceptualizar.


Mario Carlón


                                                                                                          

sábado, 16 de junio de 2012

Cinematografía: Lo básico


La Cinematografía                

La cinematografía es el arte y el oficio de hacer películas. Aunque Thomas Edison hubiera patentado el kinetoscopio en 1891, el cine propiamente dicho no se conoció hasta el lanzamiento en 1895 por los hermanos Louis y Auguste Lumière en París, del cinematógrafo, capaz de proyectar películas sobre una pantalla para una gran audiencia. Así apareció un nuevo espectáculo de masas, bautizado como el séptimo arte. Sólo hacía falta añadir el sonido a las imágenes. Esto se consiguió con la invención de los sistemas de sincronización sonido-imagen por la Vitaphone (1926) y la Movietone (1931) para que fuese tal y como hoy lo conocemos.

La cámara de cine

Aunque el propósito fundamental de la cámara de cine, la toma de fotografías fijas, es básicamente similar al de una cámara fotográfica, la necesidad de hacer muchas fotografías por segundo conlleva otra necesidad: la de un mecanismo específico que permita el transporte rápido de la película dentro de la cámara. De este modo, a 24 fotogramas por segundo, un minuto emplea más de 27 metros de película de 35 milímetros, por lo que los chasis de las cámaras llevan entre 122 y 305 metros. Para sacar suavemente la película de rollos tan largos, y para guardarla una vez impresionada, la película tiene que correr continuamente dentro de la cámara. Sin embargo, para sacar fotografías, la película avanza de toma en toma según se van impresionando los sucesivos fotogramas.

La placa de la ventanilla es una superficie de metal pulido, con una abertura rectangular, la ventanilla, contra la que la película se sostiene plana, sujeta por la contraventanilla desde atrás. Enfrente de la ventanilla está el objetivo, lentes que enfocan imágenes invertidas del objeto que se fotografía sobre la superficie de la película. Cada una de ellas es un fotograma. En las cámaras de cine la película pasa verticalmente, y cada fotograma ocupa cuatro perforaciones, mientras que en las cámaras de fotografía fija la anchura de cada fotograma, además del espacio entre éste y el siguiente, es de ocho perforaciones.

Entre el objetivo y la película hay un obturador que gira continuamente, abriendo y cerrando alternativamente la apertura de la ventanilla, para que durante la apertura se impresione el fotograma y durante el cierre llegue película virgen frente a la ventanilla. En algunas cámaras este ángulo, conocido como ángulo de obturación, es variable, variando con ello también el tiempo de exposición.

Para conseguir un encuadre más preciso, la mayoría de las cámaras profesionales tienen un sistema de visor réflex, que consiste en que la superficie frontal del obturador esté a 45° del eje de la cámara y sea un espejo, de modo que cuando el obturador está cerrado la imagen que se refleja sea la misma que la que se va a impresionar en la ventanilla. Con ello, el operador de cámara ve, a través de un visor con aumentos, exactamente la misma imagen que se va a impresionar en la película. Muchas cámaras tienen hoy la posibilidad de incorporar una cámara de vídeo en miniatura con la que se transmite la imagen del visor réflex a un monitor para que otros miembros del equipo —especialmente el director y el iluminador, si no es él mismo el operador de cámara— puedan seguir la filmación.

Procesado en el laboratorio

Los larguísimos metrajes de película producidos en el rodaje de un largometraje requieren para su revelado y positivado de máquinas de gran capacidad y continuidad (trenes de revelado). Tras el revelado del negativo, se procede a su reproducción, en una copiadora, para obtener imágenes positivas.

La primera copia se reenvía al equipo de rodaje tan pronto como sea posible, para que puedan comprobar que las escenas han sido filmadas correctamente. Estas copias se llaman rushes o dailies (o tomas del copión) y, después del visionado, son empleadas por el montador para ir haciendo la copia de trabajo (o copión), cortándolas y uniéndolas en el orden adecuado y en los puntos justos en los que el corte entre planos pasa con más suavidad o consigue un efecto dramático mayor.

Sonorización

Si hace falta sincronizar el sonido y la imagen, como en las escenas de diálogos, donde el ajuste exacto de los movimientos de los labios y la voz es imprescindible, se usan cámaras lo más silenciosas posibles, 'insonorizadas' para que su ruido no sea registrado en la grabación del sonido directo durante el rodaje. Si estas grabaciones directas no tienen la calidad de sonido suficiente, deben ser regrabadas en estudios de doblaje y sonorización, ajustándose a la imagen según precisen o no la sincronización con ella.

Cuando el montaje de la imagen y la banda sonora mezclada o máster se han completado, el negativo original se corta según el copión de trabajo. El máster del sonido magnético, la mezcla definitiva, se transfiere a sonido óptico. El negativo de imagen ya montado y el sonido óptico son copiados entonces conjuntamente para obtener la primera copia, o copia cero. Tras ésta, se irán haciendo ajustes en el color y en la luminosidad para obtener copias sucesivas, hasta que se dé una por buena, de la que, normalmente mediante un internegativo, se producirán varias copias para su distribución y exhibición en salas de cine.

Los avances técnicos en este camino permiten montar las películas con técnicas nuevas, conocidas como edición no lineal. El negativo, con código de tiempos y los sonidos grabados —también con su código de tiempos que permita localizar cada momento— son digitalizados y cargados en un ordenador multimedia donde el montador, con escasa ayuda, o incluso directamente el director, pueden hacer el montaje de imagen y sonido con todo tipo de facilidades. Se pueden explorar todas las posibilidades del montaje, rehacer cuantas veces sea necesario cada ensayo de montaje, hasta obtener una forma final de la película. Las copias de proyección, con sonido e imagen, se producen del mismo modo.

Proyección

El proyector de cine tiene una ventanilla, análoga a la de la cámara, pero en este caso con aperturas delante y detrás de la película. Cada fotograma es iluminado intensamente desde detrás por una potente fuente luminosa, tal como un arco de xenón. Una lente enfoca la imagen de los fotogramas proyectados sobre la pantalla de la sala. La película es arrastrada a través de la ventanilla paso a paso (como en la filmación) mediante una rueda dentada intermitente, situada justamente debajo de la ventanilla. A diferencia del obturador de la cámara, el del proyector tiene dos láminas, con lo que cada fotograma es mostrado dos veces. Así se incrementa la frecuencia del parpadeo, haciéndolo más imperceptible a la retina adaptada a la oscuridad del público asistente.
Un rayo de luz adecuadamente dirigido, en forma de hendidura estrecha, cae sobre la banda de sonido óptico situada en un lateral de la película, que modula la intensidad de la luz, variando su incidencia sobre una célula fotoeléctrica que convierte las variaciones de la luz en una señal electrónica. Estas señales electrónicas, amplificadas, son las que reproducen los altavoces. Las bandas sonoras pueden emplear un sistema más complejo de codificación para reproducir el sonido estéreo y el sonido de ambiente, que rodea al espectador en la sala, como también para reducir los efectos del ruido electrónico. Las salas equipadas con técnicas de reproducción de bandas sonoras totalmente digitales son pocas aún, pero su número crece día a día.

Desde que la velocidad de proyección de los proyectores de todas las salas de cine se ha estandarizado en 24 imágenes por segundo, el efecto de movimiento y la frecuencia adecuada de los sonidos de la banda sonora se reproducirán a su velocidad natural sólo si la cámara con que se rodó mantuvo esta velocidad también. Si la cámara rueda más imágenes por segundo, el proyector mostrará una acción ralentizada, que produce el efecto de cámara lenta. Por ejemplo, si la velocidad de la cámara es de 48 imágenes por segundo, la proyección empleará el doble de tiempo, y por tanto la acción se ralentizará a la mitad de su velocidad natural.

Las velocidades de cámara más lentas producirán el efecto contrario: aceleración del movimiento. Así se logran imágenes que se registran en largos periodos de tiempo (por ejemplo, el crecimiento de una planta o la apertura de una flor). Se utilizan motores y obturadores especiales que toman una imagen cada cierto periodo de tiempo. De este modo, una serie de fotogramas, tomados a lo largo de un tiempo muy largo, al ser proyectados a la velocidad normal aceleran la acción cientos o miles de veces. Esta técnica se usa normalmente para mostrar movimientos muy lentos, como los arriba descritos o la eclosión de una mariposa de su capullo.

Enciclopedia Microsoft ® Encarta ® 2005.