sábado, 5 de abril de 2014

El cine de entreguerras


El cine como espectáculo masivo: la época clásica

Desde mediados de la década de 1910 se institucionaliza una nueva concepción del cine como espectáculo de masas producido industrialmente y dedicado a la producción de textos narrativos ficcionales. En un lapso de tiempo breve desaparece el cine centrado en el efecto de novedad del dispositivo y se consolida un modelo que tiene como centro relatos dramáticos. Esta primera “muerte” del cine en general fue más festejada que lamentada por los productores del momento. Personajes claves dentro de este proceso como David W. Griffith viven como un triunfo este pasaje de una exhibición de feria a un espectáculo que se rige por la normas de prestigio del arte burgués. En este optimismo se conjugan la posibilidad de legitimar al nuevo medio como una expresión artística y la concreción de un tipo de negocios de una escala y un alcance impensables hasta el momento.
En la medida en que el espectáculo cinematográfico se organiza alrededor de unas ficciones que suplantan la fascinación inicial por los efectos del dispositivo se va conformando una modalidad narrativa —basada en la imperante en el teatro y la literatura del momento— a través de la cual las historias presentadas parecen contarse solas ante los ojos de un espectador que se identifica emotivamente con lo que está viendo a través de la pantalla. Esta forma de relato omnisciente se sostiene sobre una causalidad narrativa estricta que constituye su verosimilitud tanto a través de convenciones genéricas muy fuertes como enfatizando el mantenimiento de la ilusión por la que aquello que aparece en la pantalla no está, es un reflejo de algo que fue registrado fuera y antes de la proyección. Por otro, alude a un régimen de percepción que prioriza cierta forma de la ficción: las narraciones son presentadas a través de una enunciación transparente que se privilegia frente a otras modalidades que hacen visible el dispositivo tecnológico del cine y dan cuenta de la condición de constructo que tienen los filmes (Metz, 1977).
La nueva modalidad de representación que se construye durante el período clásico tiene un alcance casi universal y se expande hasta alcanzar audiencias de una masividad nunca vista hasta el momento. De esta manera la cinematografía se convierte en uno de los ejes principales del sistema de medios masivos que se consolida durante el período de entreguerras. Dada la importancia que adquiere en las sociedades del período se convierte tanto en el espectáculo principal como en un instrumento de propaganda directa e indirecta. La imagen cinematográfica parece convertirse en una de las fuentes primordiales y más creíbles para la representación del mundo. El poder que se le atribuye al nuevo lenguaje audiovisual hace que a lo largo de toda esta etapa quede sometido a formas de control económico e institucional que culminan en sistemas de censura con mucha influencia sobre el conjunto de la producción. Si bien durante este período existe un debate sobre la justificación del cine como una forma artística, todavía no se puede establecer un acuerdo sobre cuáles son los valores estéticos puestos en juego y cuáles los filmes que acceden a él. Mientras el sistema industrial dominante apela a la legitimación estética como forma de prestigio, los cuestionadores de este tipo de cine cercan sus propuestas a las de las artes contemporáneas.
En efecto, durante la década de 1920, cuando la institución cinematográfica se consolida y el modo de representación planteado por ella se convierte en hegemónico surgen impugnadores como los movimientos de vanguardia y el documentalismo. Estas corrientes estéticas con propuestas disímiles critican las convenciones generadas por el cine industrial y buscan de alguna manera recuperar algunos de los aspectos del período inicial de la cinematografía. Mientras las vanguardias se apoyan en un trabajo que pretende explotar las posibilidades del dispositivo técnico (actuación, encuadre, montaje, creación de ritmos propios) más allá de las convenciones narrativas ligadas a un realismo teatral, el documentalismo intenta recuperar la mirada directa sobre “la realidad” que definió al momento fundacional del cine. En este sentido los oponentes de la modalidad hegemónica parecen ser los únicos que lamentan de alguna manera la desaparición del cine primitivo.
Pese a la fuerza y el valor de las posturas críticas termina por imponerse la visión hegemónica que puede absorber muchos de los rasgos de sus cuestionadores al mismo tiempo que las propuestas marginales son arrasadas en el marco del surgimiento de los movimientos totalitarios, la crisis económica y las guerras mundiales. La consistencia del modo de representación clásico resulta tan poderosa que no sólo puede integrar las innovaciones generadas fuera de sus instituciones sino que además absorbe cambios tecnológicos fundamentales como la incorporación del sonido o el pasaje del blanco y negro a diversas modalidades cromáticas. En consecuencia, se puede hablar de un régimen sumamente organizado a través de géneros fuertes y estilos reconocibles para cada entidad productora, jerarquizado (sistema de estrellas, clasificación de las productores según categorías) y con una tendencia muy marcada a la concentración tanto en el plano local como en el internacional. Más allá de las especializaciones en torno a tipos de públicos particulares, la cinematografía se dirige a audiencias masivas y parece interpelar a un tipo de espectador que busca una conexión empática con el espectáculo que está viendo.
Se genera de este modo una idea del cine cuyos rasgos parecen ser los específicos de este medio tanto para el sentido común como para muchas posiciones de la crítica e incluso algunas lecturas teóricas. Se trata de un tipo de forma de intercambio simbólico apoyado en un conjunto de dispositivos que a través de narraciones ficcionales se ubica en un espacio de intersección entre el espectáculo y las formas artísticas más tradicionales como la música, la plástica y la literatura. Este tipo de utilización de un dispositivo se apoya en modalidades de exhibición específicas (las salas cinematográficas) y genera sus propias formas espectatoriales. Más allá de las cualidades intrínsecas que permiten la universalización de este modelo de cinematografía, el sostenimiento de la estructura comercial industrial y el control institucional sobre la producción facilitan la expansión y el sostenimiento de este modelo hegemónico durante cuarenta años.

Gustavo Aprea

“Las muertes del cine” en El fin de los medios masivos. El comienzo de un debate, Mario Carlón y Carlos A. Scolari (Eds.), Buenos Aires, La Crujía, 2009