sábado, 13 de abril de 2013

El cine a través de los tiempos




Teorías de los primeros años del cine mudo


La reflexión sobre el cine como medio empezó prácticamente a la par que el propio medio. Se podría examinar las implicaciones prototeóricas de las etimologías de los términos empleados para describir los dispositivos pre-cinematográficos: “camera obscura” evoca los procesos de la fotografía. “Linterna mágica” evoca el eterno tema de la “magia del cine” junto con la “lámpara” creativa del Romanticismo y la “linterna” de la Ilustración. 
Linterna mágica de Kircher
“Phantasmagoria” y “phasmotrope” (giro-espectáculo) evocan la fantasía y lo maravilloso, mientras que “cosmorama” evoca las ambiciones globales del cine como instrumento de creación de mundos. Muchos de los nombres del cine incluyen alguna variante de “graph” (“grafo”, en griego “escritura” o “transcripción”), anticipando así futuras metáforas empleadas para evocar la autoría y escrituras cinematográficas. No es de extrañar, a tenor de los inicios “mudos” del medio, que las designaciones aplicadas al cine casi nunca hiciesen referencia al sonido, aunque Edison vio en el cine una extensión del fonógrafo y dio a sus dispositivos pre-cinematográficos nombres tales como “fonógrafo óptico” y “kinetophonograph” (escritura del movimiento y el sonido). Los primeros intentos de sincronizar el sonido y la imagen generaron términos de nuevo cuño como “cameraphone” y “cinephone”. En la mayoría de los casos, los nombres sugieren de por sí que el cine es “esencialmente” visual, concepción que suele verse respaldada por el argumento “histórico” de que el cine existió primero como imagen y luego como sonido; de hecho, el cine solía acompañarse de lenguaje (intertítulos, articulaciones labiales del habla) y música (pianos, orquestas)
Gran parte de los primeros escritos sobre el cine vinieron de la mano de figuras literarias. Muchos comentaristas de los primeros años del cine adoptaron una postura ambivalente frente al cine. Desde el principio coexistieron tendencias que revestían al cine de un sinfín de posibilidades utópicas o lo demonizaban como raíz del mal. Algunos prometían que el cine reconciliaría a las naciones hostiles y llevaría la paz al mundo, mientras que otros expresaban “pánico moral”, el temor de que el cine podía contaminar o degradar al público de las clases inferiores, arrojándolo a las redes del vicio o del crimen. Se detecta, en tales reacciones, la convergencia de la alargada sombra de tres tradiciones discursivas: 1) la hostilidad platónica por las artes miméticas; 2) el rechazo puritano de las ficciones artísticas; y 3) el histórico desdén de las elites burguesas por las masas populares.
Un motivo recurrente en los primeros escritos sobre el cine fue el potencial de éste para la democratización, tema eterno que emerge con cada nueva tecnología y que en nuestros días acaparan los ordenadores e Internet.
Un tema emparentado con éste era la celebración del cine como nuevo “lenguaje universal”, tema en el que resonaban fuentes tan diversas como la Ilustración francesa, la metafísica del progreso, y el Milenarismo protestante. Así pues, el cine podía “reparar las ruinas de Babel” y trascender las fronteras de las naciones, las culturas y las clases.
Pese a esta reivindicación de universalidad en el plano teórico, ciertos grupos protestaron contra las representaciones que de sus comunidades, se hacían en las películas de Hollywood. El 3 de agosto de 1911, el Moving Picture World informaba de que una delegación de nativos americanos había protestado ante el presidente Taft contra las representaciones deformadas de su pueblo, llegando incluso a solicitar una investigación del Congreso. En la misma línea, periódicos afroamericanos como el California Eagle, publicado en Los Ángeles, protestaron contra el racismo de películas como El nacimiento de una nación, de Griffith. 

Tuvo que esperarse hasta finales de los años veinte para que se profundizase en la discusión sobre el racismo en el cine, en las páginas de la publicación vanguardista Close up.
La teoría cinematográfica del período mudo se ocupaba, aunque fuese tan sólo intuitivamente, de cuestiones que acabarían perpetuándose en el ámbito del cine: ¿el cine es arte o mero registro mecánico de fenómenos visuales? Si es un arte, ¿cuáles son sus principales características? ¿En qué difiere de otras artes como la pintura, la música y el teatro? Otras cuestiones estaban vinculadas a la relación del cine con el mundo tridimensional. ¿Qué diferencia la realidad del mundo de la realidad presentada en el cine? En otros casos, los interrogantes giran en torno al proceso espectatorial. ¿Cuáles son los determinantes psicológicos del cine? ¿Qué procesos mentales se producen en el acto espectatorial? ¿El cine es un lenguaje o un sueño? ¿El cine es arte, comercio o ambos? ¿Cuál es la función social del cine? ¿Debe estimular la inteligencia perceptiva del espectador, debe ser bellamente inútil o bien promover la causa de la justicia en el mundo? Aunque estas preguntas han sido objeto de transformación y reformulación por parte de la teoría contemporánea del cine, nunca han llegado a descartarse del todo. Por otro lado, las inquietudes han ido evolucionando claramente con el tiempo. Mientras que los teóricos de los primeros años estaban empeñados en demostrar las potencialidades artísticas del cine, por ejemplo, los teóricos posteriores, menos a la defensiva y menos elitistas, dan por sentado el estatus artístico del cine y no sienten necesidad de demostrarlo.


Fragmentos de:
Robert Stam (2000), Teorías del cine, Paidós, 2001   

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