La
modernidad o el cine legitimado desde el punto de vista estético
A mediados de la década de 1950 la modalidad de
representación clásica entra en crisis por la aparición de una serie de
factores y nuevamente se especula con la muerte del cine. En general se
reconoce que la competencia de un medio como la televisión y las nuevas
posibilidades técnicas que facilitan la filmación en escenarios naturales
llevan a colapsar el sistema de estudios. También puede indicarse cuestiones
como el profundo desfase entre los requerimientos de los criterios de los
sistemas de censura y las pautas culturales que surgen luego de la Segunda
Guerra Mundial en el marco de las distintas variantes del Estado de Bienestar.
Finalmente es necesario señalar el agotamiento del modelo de representación del
cine clásico. La narración tradicional entra en un callejón sin salida ya sea
por una repetición abusiva de esquemas, personajes y situaciones o porque desde
distinto ámbitos se tensan sus límites. El tipo de espectador construido por la
modalidad de representación dominante parece no corresponderse con una
audiencia específica por lo que se registra una importante disminución de las
recaudaciones que provoca la desaparición de salas de exhibición y la quiebra
de productoras.
En el marco de esta crisis irrumpe una modalidad
de representación que se construye a partir de un cuestionamiento del cine
clásico. La debilidad de una industria con una fuerte tendencia a la
concentración permite el surgimiento de nuevas formas de producción y propuestas
estéticas. Entonces se conforma lo que se conoce como cine moderno. En
numerosos países se perfilan corrientes como la Nouvelle Vague francesa, el Free
Cinema inglés, el Cinema Novo
brasileño que se plantean formas de producción más ágiles que las de los
grandes estudios y logran una renovación del lenguaje cinematográfico. Los
nuevos cineastas amplían el campo de lo decible tanto a través del abordaje de
temas prohibidos en el marco de la industria (una visión más explícita del
sexo, recuperación de las políticas contestatarias) como a través de una
renovación de las modalidades de narración y representación de la vida social. Las
transformaciones logradas se conectan y potencian con una redefinición de la
estética cinematográfica. Para los críticos, los teóricos y buena parte de los
realizadores y el público el cine es un arte en la misma medida que la
literatura o la plástica. La valorización estética de la cinematografía se
sostiene a partir de la aparición de una postura auto reflexiva por parte de
los cineastas. Recién en este período se consolida una posición que dentro de
las artes consagradas ha venido desarrollándose a lo largo de todo el siglo XX:
el interés pasa de la capacidad de representación del mundo a un
cuestionamiento de dicha representación. Para lograr este objetivo el cine
moderno busca deliberadamente quebrar la enunciación transparente del cine
clásico. De esta manera construye un distanciamiento crítico respecto al modo
en que presenta sus historias. Desde el punto de vista del relato hay un
debilitamiento de la causalidad narrativa cerrada y omnisciente junto con un
juego con las convenciones del cine tradicional. En este contexto el centro de
interés pasa de sostener la validez de sus enunciados como una representación
fiel del mundo a hacer visible el proceso de enunciación que le da origen.
En relación con esta postura se define una
estética que homologa el lugar de los directores con el de los autores de las
disciplinas consagradas y el de los filmes con las obras de arte. Dentro de
este contexto la inclusión en el campo del espectáculo que había sostenido la
legitimación durante la etapa clásica industrial es minimizada o, en la mayor
parte de los casos, consideraba negativa. En casos extremos (el cine político
generado luego de Mayo del 68, el cine militante latinoamericano) el
enfrentamiento con la institución cinematográfica llega hasta cuestionar las
modalidades tradicionales de exhibición. Si bien las corrientes que surgen de
la crisis del cine clásico abarcan casi todo el planeta y se expresan aun en
lugares en los que no se había alcanzado una producción industrial, no
consiguen consolidar una audiencia amplia y homogénea equiparable a la que
lograba la industria cinematográfica tradicional. El nuevo modelo de espectador
activo y reflexivo construido por la modernidad cinematográfica no se integra
con facilidad dentro del sistema tradicional que, pese a su debilidad, sigue
funcionando.
Gustavo Aprea
“Las muertes del cine” en El fin de los medios masivos. El comienzo de
un debate, Mario Carlón y Carlos A. Scolari (Eds.), Buenos Aires, La
Crujía, 2009
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