jueves, 7 de julio de 2011

"Los años dorados del cine argentino"

Los años dorados del cine argentino

Dentro de una temática sencilla, pensada para cumplir las aspiraciones de cualquier público, el cine se convirtió en el entretenimiento favorito.


Entre los comienzos del cine sonoro y lo que se conoció como el nuevo cine argentino de comienzos de la década de los sesenta, se extienden treinta años que son reconocidos como la edad de oro de la industria cinematográfica de la Argentina, época asociada en la memoria de la gente con el primero y el segundo gobierno peronistas (entre 1945 y 1955) y con una industria cinematográfica  en expansión, con productos que en unos casos se califican como livianos y en otros la exaltación de la mitología nacional.
Los historiadores del cine recuerdan que fueron los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial los que colocaron a la Argentina como el mayor centro productor de películas habladas en castellano. Las 50 películas estrenadas en 1939 en el país muestran la importancia que había tomado el cine como medio de expresión y entretenimiento, y de la fortaleza que ya tenía la industria cinematográfica nacional.
Al estallar la guerra, aunque el gobierno argentino adoptó una posición neutral, no disimulaba sus simpatías hacia los países del Eje. Esto provocó una fuerte reducción en el abastecimiento de película virgen, lo que favoreció a la industria cinematográfica mexicana que, con el apoyo estadounidense, ocupó una posición de liderazgo.
En Buenos Aires, las matinés de sábados y domingos congregaban a toda la familia. Era el momento de estrenar ropas y sombreros y, para los jóvenes, la oportunidad de encontrarse de “casualidad” en la puerta del cine. La mayoría de las salas se distribuían a lo largo de dos calles del centro, de modo que quien no había hecho un plan previo pudiera, mirando las carteleras, escoger las películas que vería.
En 1942 la industria cinematográfica local alcanzó un nuevo hito, con 56 largometrajes, y entre 1943 y 1955 se filmaron más de 400. Luis Saslavsky, Leopoldo Torres Ríos, Lucas Demare, Mario Soffici, Hugo del Carril y Luis César Amadori fueron algunos de los directores más prolíferos del período.
Pese a la liviandad de muchos argumentos o, según algunos, precisamente gracias a ella, la industria cinematográfica recibió un decidido apoyo del presidente Perón, preocupado por darle una proyección internacional.
Se reconocen cuatro grandes géneros: dramas históricos, en sus vertientes épica y gauchesca; alegatos sociales; comedias rosa, conocidas también como películas de teléfono blanco, e historias melodramáticas o románticas. Si en los dos primeros grupos los roles protagónicos corresponden a personajes de la historia en ciertos casos con un tratamiento casi escolar,  sufridos obreros y peones rurales e, incluso, el hijo futuro heredero de un empresario que, ante la huelga, se pone del lado de los obreros, a los personajes de las comedias rosa y de los melodramas hay que buscarlos entre millonarias aburridas que se enamoran de desocupados o, a la inversa, humildes empleadas que aspiran a casarse con el señor de la casa; “niños bien” obligados a casarse con novias impuestas pero enamorados de actrices o bataclanas; mujeres abandonadas que se resignan a perder el amor; hermanas gemelas que se hacen pasar una por otra; falsos mendigos y falsos ricos; novias de la adolescencia abandonada; madres que se sacrifican por el éxito de sus hijos; ricos sin apellidos y pobres de familias aristocráticas; jóvenes de buena posición económica que miran con desinterés a jovencitas buenas e ingenuas perdidamente enamoradas de ellos, etcétera.
Actores como Pepe Arias, Enrique Muiño, Elías Alippi, Ángel Magaña, Sofía Bozán, José Gola, Orestes Caviglia, Mecha Ortiz, Juan Carlos Thorry, Luis Sandrini, Delia Garcés, Libertad Lamarque, Amelia Bence, Niní Marshall, las hermanas Mirtha y Silvia Legrand, Nury Montsé, Zully Moreno, Elena Lucena y Pedro Quartucci, entre otros, desarrollaron una intensa actividad, y algunos lograron un reconocimiento del público que excedió los límites de la Argentina.
No faltan en la época películas ambientadas en arrabales, humildes hoteles o pensiones y áreas rurales del interior del país, pero las casas de familia de la alta burguesía son los escenarios preferidos por los guionistas y directores. Dos elementos destacan en ese escenario: el teléfono blanco, que prácticamente ha dado nombre al género, y la escalera monumental que une la planta baja con la alta, y suele dar a una amplia curva en la cual la protagonista puede lucir su elegante vestuario.
El ambiente artístico de estos años no estuvo libre de escándalo. El más conocido, sobre todo por la trascendencia que posteriormente adquirió una de sus protagonistas, fue el de la pelea entre Libertad Lamarque y Eva Duarte (Evita) durante el rodaje de La cabalgata del circo. Los hechos han sido narrados de diferentes maneras. Al parecer, la escena tuvo lugar durante el ensayo de una danza folklórica argentina que Evita, a pesar de sus esfuerzos, no lograba dominar. Libertad, una buena bailarina, terminó por explotar y le asestó una sonora cachetada. La diva ha sostenido siempre que sólo se trató de una discusión en términos duros. Sea como haya sido, la venganza no tardo en llegar. En cuanto Evita tuvo poder, Libertad, como tantos otros actores, no pudo filmar más en la Argentina y tuvo que emigrar a México, donde ya era muy popular.


Fragmento extraído de: Escenas inolvidables del siglo XX, Reader’s Digest de México, 1998

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